Un Día Más de Trámite ..

A quien comience la lectura y se sienta perdido con algunas referencias que hago, o no comprenda el porqué de algunas quejas, le sugiero hacer una pausa en este relato para leer primero “Sobrellevando las penurias del trámite, y luego “El trámite 2.
Un día más de trámite

Fastidiado por haber olvidado concurrir a mi cita bi-mensual en el día correspondiente, y con un malhumor agravado por el frío reinante, me dispuse a salir hacia el Brou en la última fecha disponible para el trámite (imaginaba que me esperaba una fila de 3 cuadras y para mayor disfrute o placer ….con temperaturas gélidas!).
En vista de los vaivenes y múltiples variantes de los trámites anteriores (sin fila pero lento // con fila interminable // con fila al sol, lento y con olores // sin fila y sin olores // con fila pero expeditivo), esta última vez no tomé ningún tipo de precauciones ni hice ningún preparativo especial para el mencionado día.
Corresponde aclarar que ni siquiera me preparé mentalmente y simplemente me mandé directo al banco como si fuera un Kamikaze (eso sí, iba bien abrigado no fuera cosa que me congelase haciendo fila y que terminara malgastando una fortuna en medicamentos).
Sabía que iba “regalado” porque ni siquiera llevaba el reproductor de Mp3, y a mitad de camino, como para conformarme, me dije a mí mismo: “que sea lo que Dios quiera”.
Debo de reconocer que enunciar tan popular frase no me ayudó en nada, y que a medida que me acercaba al lugar de la cita mi malhumor aumentaba.
Iba caminando por Mercedes y al doblar en Julio Herrera y Obes hacia el Brou me encontré con la sorpresa de que esta vez la fila se había formado desde la puerta de entrada al banco hacia la mencionada calle. No cabía lugar a dudas que era el día de los atrasados …...
Solo los atrasados o re-trasados forman la fila a la sombra en invierno (por supuesto yo era un atrasado más del montón).
Lo irónico de la situación es que en los días calurosos la fila la forman a pleno rayo del sol, incrementándose las emanaciones sudoríparas y por consiguiente la propagación de olores indeseados y nocivos para los que contamos con un lóbulo olfativo sensible (léase: para aquellos que contamos con un gran apéndice nasal).
Mi indignación por la fila a la sombra era tal que con muchas ganas hubiera comenzado a gritarles a todos los presentes preguntándoles si eran tarados o se hacían. 
Quería que razonaran y me respondieran a ver a que mente sana se le ocurría hacer la fila en invierno “al resguardo” de la sombra, y en verano “expuestos” a pleno rayo del sol.
Evidentemente luego de contar hasta 10 me contuve. Fue una sabia decisión (creo que ya hice suficientes papelones en mi vida como para sumar uno más a mi currículum).
Un par de minutos después, y ya resignado a congelarme a la sombra, me percaté que la fila se había extendido atrás mío y que eran muchos los que estaban detrás de mi posición en la fila. Una sonrisa se dibujó en mi rostro cuando llegué a la conclusión que dentro del grupo de los atrasados, ésos de ahí atrás eran los “atrasados” (que fácil que uno se consuela y busca diversión cuando no le queda más remedio que seguir haciendo fila).
De pronto sentí una voz femenina atrás mío que decía: - “Y no se mueve nada … que increíble!
No muy seguro si el comentario iba dirigido a mí, y solo por no ser descortés giré la cabeza unos pocos grados hacia un lado y dije: -“Ahhjá(dando por finalizada mi participación en el coloquio con ese simple sonido).
Tenía la esperanza de que eso hubiese sido suficiente para liquidar la inútil y circunstancial conversación, pero evidentemente la señora no pensaba lo mismo y no planeaba darse por vencida. 
Acto seguido me largó un: -“Y con el frío que hace, no sé por qué no abren ya mismo el banco!!.
Totalmente arrepentido de no haber llevado a la cita mi reproductor de mp3 y a esa altura ya más fastidiado que antes, ni siquiera me digné a girar y hacer otro comentario o sonido (no fuera cosa que la señora comenzara a sacar las fotos de sus nietos de la billetera, para luego contarme vida y obra de cada uno de los integrantes de su grupo familiar).
Antes de que la señora pudiera volver a hacer un nuevo comentario la fila se movió unos 25 o 30 metros. Este hecho le quitó a la señora su tema inicial de conversación y no tuvo más remedio que quedarse callada (o fue eso o fue simplemente que yo dejé de escucharla, sinceramente ahora no lo tengo claro)
Caminando avancé todo lo posible y quedé prácticamente a unos 10 o 15 metros del acceso al banco, haciendo fila frente a los vendedores callejeros.
Sobre telas extendidas en el suelo los vendedores exhibían sus mercaderías al público que hacía fila y a los transeúntes que por esa calle circulaban.
El comerciante que estaba ubicado exactamente frente a mí vendía gomitas para el pelo (la oferta era de una por veinte, o dos por treinta), y también pulseras de varios tipos.
En este puesto especialmente me llamó la atención un improvisado cartelito hecho con un pedazo de cartón en el cual con unos prolijos garabatos se pregonaba el siguiente producto: “pulseras magnéticas”
Desde mi posición no pude ver bien a las publicitadas pulseras magnéticas (estaban semi-ocultas por el cartelito) como para decir si estéticamente eran agradables o estaban “en la onda”, pero mientras esperaba en la fila no pude evitar reflexionar sobre su utilidad.
Me las imaginé muy populares entre las funcionarias administrativas de cualquier ente público, las cuales tendrían siempre a mano los tan necesarios clips que colgarían de dichas pulseras cual lujosos dijes. También las supuse muy populares entre las costureras, que ya no tendrían que usar más esas antiguas “almohadillas” para pinchar las alfileres, llevando ahora las mismas adheridas en forma aleatoria en la maravillosa pulsera.
En esos pensamientos estaba cuando una cliente se detuvo a consultar el precio y variedad de colores de las gomitas de pelo.
El comerciante dispuesto a concretar la venta de más de un producto le espetó su oferta y la clienta sorprendida mordió el anzuelo. Sin perder un instante el hábil comerciante depositó sobre la tela en el suelo una cantidad de gomitas y la potencial cliente se puso en cuclillas para elegir el producto de su interés (ella quedó de espaldas a los que formábamos la fila)
Debido a la posición adoptada por la rolliza clienta, su ropa se movió inesperadamente en direcciones opuestas. Su campera (que apenas le llegaba a la cintura) se subió unos 10 cms. por encima de la posición normal, y sus jeans (con corte a la cadera) se bajaron unos 10 cms. por debajo de su ubicación normal.
Todo este movimiento de ropa dejó expuesto el inicio de esa zona del cuerpo (donde la espalda pierde su nombre), zona popularmente conocida como “la raya” y que para horror de los que presenciaron el acto se reveló con más vello de lo esperado en una mujer. Espontáneamente de nuestra fila surgieron varios “uuuuughhh” seguidos de ojos que se cerraban instintivamente y cabezas que giraban hacia remotas direcciones.
Cuando ya comenzaba a sentir esa familiar sensación de asco en mi estómago, sensación que reconozco como el paso previo que anuncia a las náuseas, muy oportunamente la fila se movió rescatándome así de ese desagradable y velloso panorama.
Totalmente ajena a lo sucedido, allí quedó en cuclillas la velluda señora eligiendo su nueva gomita de pelo.
Con el nuevo avance de la fila logré ingresar al banco. Adentro intenté enfocarme mis pensamientos en cualquier cosa que no fuera mi reciente visión, pero eso no era tarea fácil.
Acudió esta vez a mi rescate el sonido de mi celular (avisando que había recibido un sms) Si bien no podía atender el teléfono por estar en el banco, el sonido sirvió para interrumpir mis anteriores pensamientos y enfocarme en recordar que debía chequear el mensaje en cuanto saliera de realizar el trámite.
Al igual que en las oportunidades anteriores, al entrar al banco la fila general se dividio en varias sub filas. En esta oportunidad me tocó hacer fila para la caja 8 que era atendida por un funcionario con todo el “look” del Kenny Rogers de los años 80.
Pensé, equivocadamente, que con ese look tan “cool” seríamos atendidos prontamente.
Como para todo trámite o gestión que uno realiza indefectiblemente se cumplen las leyes de Murphy, la fila de al lado avanzaba a una velocidad increíble mientras en la mía ya todos habíamos echado raíces.
Reconozco que no pude evitar sentir envidia por los afortunados de la fila de al lado y mi mirada se dirigió hacia esa caja en un intento de descubrir al brillante funcionario que atendía tan prontamente a todos. 
Con asombro descubrí que el expeditivo funcionario de la caja 6 no tenía una cara de despierto bárbaro, sino que por el contrario era la reencarnación de Larry Fine, el famoso integrante de Los 3 Chiflados.
La señora de atrás, que estando fuera del banco había intentado sacar conversación con el fin de detallarme su árbol genealógico completo, ahora me miraba por encima del hombro, disfrutando su posición 8 o 9 personas por delante mío pero en la fila de al lado. Ella finalizó su trámite 20 minutos antes que yo.
Para mi cita de fines de Setiembre ya me agendé:
- llevar reproductor de Mp3, o si me lo olvido fingir ser mudo (o sordo)
- no mirar a los vendedores callejeros y sus clientes
- dentro del banco elegir en lo posible la fila de Larry
- no volver a escribir al respecto

Walter Vitureira
Primate que hace fila

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